“Reina de los mares, sirena marina, sal a protegerme con tu mirada y tu
cálida brisa”
Érase una vez un
chico que se escondía en su cuarto de baño cada vez que discutían sus padres.
Desde bien pequeño, tenía una amiga invisible. Sentado en la tapa del váter,
contaba los azulejos para distraerse y ahogar los chillidos que pegaban sus
progenitores.
Un día, en su
insólito escondite, su amiga invisible salió y jugó con él. Lo protegía de los
gritos continuos que volaban por la tensa atmósfera de su casa y, de este modo,
el niño fue creciendo. Mientras se hacía mayor, se fue alejando cada vez más de
sus padres hasta mudarse a una casita en la playa.
Ya con veinte años,
Daniel, que así se llamaba el muchacho, encontró un trabajo de administrativo
en una oficina cerca del paseo marítimo. Su jefa, lo maltrataba constantemente.
Ahí trabajaba media jornada por la tarde, cuatro horas al día de agobio y
sufrimiento.
Daniel contaba los
minutos que faltaban para las ocho, hora en la que se iba a meditar a la
desértica playa. Sentado en la arena, pensaba en su amiga invisible para
olvidarse de su malvada superiora. En su lugar, salió la Reina de los Mares,
una bellísima sirena con ojos del color del cielo, se acercó a él y, susurrando
al oído, le dijo:
- Debes de pronunciar las palabras mágicas. Estas
son: Reina de los mares, sirena marina, sal a protegerme con tu mirada y tú
cálida brisa.... y saldré y te amaré.
Todas las tardes,
se acercaba el joven y decía la frase que le había enseñado. Venía la sirena, y
con su brisa, cubría al muchacho. Él sentía un aire muy sensual, se sentía muy
querido, un amor que nunca había tenido. Se encontraba en el limbo de la
sexualidad. Duraba casi toda la noche, hasta las doce, hora bruja, donde el
hechizo se desvanecía y perdía a su amante secreta.
Esa magia duró
casi dos años, fue la primera experiencia sensual casi sexual de Daniel, con la
que se escondía de todos sus problemas. Cambió el amor de la Reina de los Mares
por una guapa compañera de la oficina que comenzó a trabajar como becaria, se
llamaba Verónica. Sin embargo, con ella nunca sintió lo mismo y terminó
acudiendo todas las noches a sentarse en la arena a encontrarse con su primer
amor.
- La estoy poniendo los cuernos a Verónica con
ella – pensaba Daniel.
El chico vivió
dos realidades paralelas. Una, con chicas de carne y hueso y otra, en el mundo
astral. Vivió muy feliz, pero perdió su extraña juventud intentando encontrar a
su verdadero amor y siempre le protegió su fantasía y sus ganas de evadirse de
la gente que lo invadía en su vida.
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