Al final resulta que el cumplidor de sueños solo funciona con esfuerzo y dedicación
Encima de la colina estaba aquella maltrecha casa. En ella habitaba una madre y sus tres hijos.
Eran pobres, tanto que algunas noches sólo cenaban una hogaza de pan sentados alrededor de una mesita. La vela situada encima, alumbraba sus rostros malogrados y extremadamente delgados.
La mujer estaba enferma, así que el único dinero que entraba era el que traía Jonás de la venta de sus pinturas. El muchacho dibujaba muy bien y anhelaba cada día traer dinero suficiente para que sus dos hermanitos no pasasen frío por la noche.
Todas las mañanas, los tres salían muy temprano para ir al colegio atravesando un largo sendero. Sus desgarradas ropas eran motivo de burla de sus compañeros y Jonás se ponía muy triste.
Un día, al regresar, nuestro amigo rompió a llorar mientras atravesaba el sendero, pero un fuerte estruendo rompió de golpe su llanto y una voz dijo:
- Jonás, si quieres que se cumplan tus sueños, al llegar a casa cada tarde, pinta un cuadro y ven al sendero con él.
- ¿Quién,... quién eres? – preguntó el niño.
- Soy el cumplidor de sueños, vivo aquí desde hace más de quinientos años. Haz lo que te he dicho, pero recuerda, no dejes de pensar en lo que quieres conseguir.
Él le obedeció y las ganancias fueron cada vez mayores. Todo el mundo quería comprar sus cuadros.
Con el dinero que había conseguido compró medicinas para su madre, ropa para todos, e incluso, se podía permitir pagar el alquiler de una casita en el pueblo.
Un buen día, un chico descubrió su secreto y empezó a hacer lo mismo no consiguiendo fruto alguno. Muy enojado preguntó a Jonás:
- ¿Por qué yo no hago realidad mis sueños?
A lo que éste respondió:
- Muy sencillo. Tu no eres constante en tu tarea y el cumplidor de sueños sólo ayuda a los que trabajan mucho en lo que desean.
(FIN)
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